Ornamento y Delito de Adolf Loos

Uno de los textos imprescindibles para entender la arquitectura moderna, es un artículo del arquitecto austríaco Adolf Loos titulado «Ornamento y Delito». Se trata de un ensayo en el que expone una queja contra las artes decorativas.

Está escrito en 1908, y es un texto que aún hoy en día podría aplicarse en su mayoría a la sociedad actual. Para captar las ideas principales haré un resumen, aunque si tienes curiosidad por el texto completo, te dejaré al final un enlace.

«El impulso de ornamentarse el rostro y todo lo que se tiene alalcance es el primer origen de las artes plásticas, es el balbuceo de la pintura»

Si tomamos como ejemplo a un papúa, nos damos cuenta de que aunque despedace a sus enemigos y se los coma, él no es un delincuente. Sin embargo, si esto mismo lo hace un hombre moderno, es un delincuente.

La evolución cultural equivale a eliminar el ornamento del objeto de uso cotidiano. Cada época ha tenido un estilo, y esto se refiere al ornamento. La grandeza de nuestra época radica en el hecho de que es incapaz de crear un ornamento nuevo, por lo que hemos vencido al ornamento. Hemos decidido finalmente prescindir de él.

La misión del estado es retrasar el desarrollo cultural de los pueblos, ya que un pueblo retrasado es más fácil de gobernar. Ni siquiera un organismo estatal puede detener la evolución de la humanidad. Sólo la puede retrasar. Sabremos esperar. Pero será un delito contra la economía nacional pues, con ello, se echa a perder trabajo humano, dinero y material.

Los rezagados retrasan el desarrollo cultural de los pueblos y de la humanidad, pues no es sólo que el ornamento esté engendrado por delincuentes sino que además es un delito, porque daña considerablemente la salud del hombre, los bienes del pueblo, y por tanto, el desarrollo cultural.

Adolf Loos

Como el ornamento ya no es un producto natural de nuestra cultura, sino que representa retraso o degeneración, el trabajo del ornamentista ya no está adecuadamente pagado. El ornamentista tiene que trabajar veinte horas para alcanzar los ingresos de un obrero moderno que trabaje ocho horas. El ornamento encarece, como regla general. el objeto; sin embargo, se da la paradoja de que una pieza ornamentada con el mismo coste de material que el objeto liso, y que necesita el triple de horas de trabajo para su realización, cuando se vende, se paga por el ornamentado la mitad que por el otro. La carencia de ornamento tiene como consecuencia una disminución del tiempo de trabajo y un aumento del salario.

El ornamento ya no está unido orgánicamente a nuestra cultura, tampoco es ya la expresión de ésta. El ornamento que se crea hoy no tiene ninguna conexión con nosotros ni con nada humano, es decir, no tiene ninguna conexión con el orden del mundo

El ornamentista moderno es un rezagado o una aparición patológica, Él mismo reniega de sus productos al cabo de tres años. A las gentes cultas les resultan insoportables de inmediato, pero los demás sólo se dan cuenta de esto al cabo de años. Sólo es recibido con alegría por las gentes incultas. El cambio del ornamento tiene como consecuencia una pronta desvalorización del producto. La forma de un objeto debe ser tolerable durante el tiempo que físicamente dure dicho objeto. Si todos los objetos pudieran durar tanto estéticamente como lo hacen físicamente, el consumidor podría pagar un precio que posibilitara que el trabajador ganara más dinero y tuviera que trabajar menos.

Muller House – Adolf Loos – 1930
Ornamento y Delito – 1908

Verdaderamente los objetos ornamentados producen un efecto antiestético, sobre todo cuando se realizaron del mejor material y con el máximo esmero, y cuando han requerido mucho tiempo de trabajo. No puedo dejar de exigir ante todo trabajo de calidad, pero desde luego no para cosas de este tipo.

El hombre moderno, que considera sagrado el ornamento como signo de superioridad artística de las épocas pasadas, reconocerá de inmediato, en los ornamentos modernos, lo torturado, lo penoso y lo enfermizo de los mismos. Alguien que viva en nuestro nivel cultural no puede crear ningún ornamento.

Predico para los aristócratas. Soporto los ornamentos en mi propio cuerpo si éstos constituyen la felicidad de mi prójimo. En este caso también llegan a ser, para mi, motivo de alegría. Soporto los ornamentos del cafre, del persa, de la campesina eslovaca, los de mi zapatero, ya que todos ellos no tienen otro medio para alcanzar el punto culminante de su existencia. Pero nosotros tenemos ‘al arte, que ha sustituído al ornamento. Después del trabajo del día, vamos al encuentro de Beethoven o de Tristán. Esto no lo puede hacer mi zapatero. No puedo arrebatarle su alegría, ya que no tengo nada que ofrecerle a cambio.

La carencia de ornamento ha conducido a las demás artes hasta alturas insospechadas. Las sinfonías de Beethoven no hubieran sido escritas nunca por un hombre que tuviera que ir metido en seda, terciopelo y puntillas.

La falta de ornamentos es un signo de fuerza intelectual. El hombre moderno utiliza los ornamentos de civilizaciones antiguas y extrañas a su antojo. Su capacidad de invención la concentra en otras cosas.

Bibliografía

– Texto original

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